Acercamiento a la poesía de Manuel Ortiz: Habitar lo Inhabitable

Por JC
 

Con este artículo pretendo dar fe a una de las realidades de la poesía moderna: la del poeta olvidado. El autor olvidado de un género olvidado.
Hoy la Corte es tan cutre que no tiene séquito, los bufones son ellos. Hoy los mecenas no se rodean de un círculo de artistas ni entronizan el talento de unos pocos. Hoy los mecenas son Telecinco y las ricas herederas, las divorciadas de los futbolistas más elementales y los imputados ex concejales libres de cargos.
Hoy la poesía es ajena a la mayoría, hermana pequeña, género olvidado, sin homenajes ni monumentos, ni calles con el nombre de turno. Hoy no se elige, hoy el mercado posibilita o no unos pocos recursos al consumidor. En definitiva, ya no hay poetas como los de antes.
Pese a ello y por motivos de trabajo, he podido conocer a un autor digno del elogio antiguo, y pretendo rendirle pleitesía esbozando un testimonio de su literatura, con la consciencia de que si no soy yo, nadie lo va a hacer y sus versos se perderán para siempre (que sea yo el adalid de su recuerdo no le augura nada bueno…).
Su nombre es Manuel Ortiz, hombre hoy ya octogenario pero brillante de reflejos, exquisito en modales y poseedor de una peculiar personalidad. Un caballero que desentona, a menudo asqueado, en la suciedad de nuestro tiempo. Quizás por ello prefiera la tranquilidad de su jardín, su paraíso, y la compañía de sus seres queridos, en especial la de su perro Argos. Manuel en la Roma antigua hubiera sido Séneca, Bartolomé de las Casas en la época del Imperio… y el último en subir a un bote salvavidas en el hundimiento del Titanic.
El principal motivo por el que la obra de Ortiz no es apenas conocida, por lo menos no tanto como la de otros coetáneos suyos, es la carencia que él tiene de voluntad por el reconocimiento público, por la fama y por el prestigio de unos pocos. Dice que hace años se reunió con otros poetas pero que rápidamente rehuyó de aquel círculo, y sólo una vez presentó unos versos a concurso, por curiosidad, hace muchas décadas. Desencanto total y vuelta al cajón de los justos.
Su primer libro (publicado) es de 1980 y el segundo de 2008. Entre medias, correspondencia con amigos, versos bajo llave y pequeñas publicaciones como pasatiempo. ¿Para qué más?, ¿por premios o para ver sus versos publicados? No hay necesidad de ello.
En este artículo nos vamos a centrar en esta primera obra del año ’80, Habitar lo inhabitable. Es, por sí misma y por el tiempo que abarca, toda una poética. Me gustaría ejemplificar los rasgos temáticos y de estilo más notables.
En su primer poema ya aparece un motivo principal en la obra de Ortiz, la expulsión de Adán del Paraíso. También encabezará su segundo libro (publicado casi 30 años después), a modo de desencadenante de todo lo que va a venir después. A partir de la expulsión, el fatalismo:

Y estas hojas de higuera
sobre el sexo… Qué burla.
¿Cómo cegar el cráter,
que arrasará con fango,
con frívola ceniza
o lava y sangre noble
las vegas de la carne?
En fuego, la mujer
seguirá al hombre; ardiendo
él irá tras la hembra;
en llamas, el amigo
buscará al camarada,
y hecha un ascua, la amiga
se hundirá en los espejos
para abrazar su imagen.

Tras la expulsión del Paraíso viene el análisis del sentido de la vida, el fin del hombre y el principio de la poesía metafísica en Manuel Ortiz:

[…]
Las olas y las nubes
Resumen la aventura.
Sigamos el viaje.
Vivir es aceptar
La embestida del viento.

O también en la “Canción del chopo” (no confundir con la “Meditación del árbol” de más abajo):

[…]
Quiero seguir de pie:
la nieve, el sol y el viento
me duelen porque vivo.

El fatalismo es un elemento con increíble fuerza y carga poética en Ortiz. El humano, puro, virgen, está abocado a un destino trágico, y el camino se tornará épico por momentos. Como sustento en este doloroso destino el autor rehúye a menudo del mundo, se escuda en el arte y la religión:

[…]
Atrás quedan. Atrás
queda la dicha. Ahora
viene el aprendizaje
del dolor, la experiencia
de estar solo, aguantando
la manada sombría
de la duda, del odio,
[…]
la enfermedad, la ruina
del cuerpo que envejece;
sobre todo, el silencio:
ahora viene el silencio
rencoroso de Dios.

El arte es una constante en la obra de Ortiz. Arte como sublimación de la belleza y pureza de los sentimientos. Le interesa lo primigenio, lo puro, sin injerencias, como en el poema anterior, de la experiencia.
Es decir, y salvando las distancias, recurre a lo eterno, a lo bueno y lo bello como armas ante tanto mal y tanta muerte. Se escudará también en la Naturaleza para sentir que forma parte de algo grande, vivo… y entendemos que el mundo le parece rudo e injusto. Pensemos en el título de esta primera obra: Habitar lo inhabitable. Es una prueba palpable de todo ello.
Es en este tema acerca de la naturaleza cuando el autor se desdobla y habla en tercera persona, intercambia los sujetos con un olmo o un chopo y se compara con ellos. En esta comparación el hombre siempre sale perdiendo, presa de sus vanidades, ante la pureza del resto de seres de la creación. Reflexiona, por tanto, de igual a igual, en “Meditación del árbol”:

Miro en torno al paisaje
donde nací. Ya octubre
me va encendiendo en llamas
que alumbran el sendero
y al viento se disipan.
[…]
Lo hermoso es el esfuerzo.
La alegría más alta
se resume en los brotes
que estallan a pesar
de hachazo y de sequía.

Eso, al fin, es destino:
aceptar el paisaje,
retoñar tercamente
y ver pasar, tranquilo,
las nueves y los pájaros.

Hay una sensación casi imperceptible de que, a pesar de todos los reveses recibidos, de la soledad, de la maldad del mundo… al final volverá al estado primigenio, al estado anterior al pecado, a la niñez, a la madre recordada, a esos instantes perdidos:

Vencerá a los fantasmas
Con trémulas canciones
—como entonces, de niño—
y esperará en el sueño
La claridad del alba.

A menudo, el tema del destino es asumido estoicamente, sin la fatalidad que acostumbra, como por ejemplo en el final del poema “Meditación del árbol”, algo más arriba. Lo mismo sucede en “Don Quijote desencantado”. Desencantado por vivir en un mundo hostil y no en aquel caballeresco mundo imaginado, mejor a todas luces. A pesar de la fatalidad, eso es vivir:

[…]
Pero al fin, fue la vida.
Aunque siga el entuerto
triunfando a pesar mío,
en pie queda el empeño
de mis hazañas, nadie
me quitará el esfuerzo.
[…]
Yo fui loco y soy cuerdo,
Quijote de la Mancha
y hoy Alonso Quijano,
el Vencido y el Bueno.

Y es que para Ortiz la suerte está echada. El hombre es tan pequeño que sueña mundos sin comprender el que vive:
[…]
Nos pasamos la vida
Coleccionando estampas
Ajenas a los sueños.
[…]

Mientras, también encontramos el contrapunto en pequeñas atalayas de bondad en el camino. El bien se recrea en la figura del pero, en su fidelidad y valores inquebrantables, la constancia y lo inamovible para con sus dueños. Los perros también saldrán repetidas veces a lo largo de toda su obra. Aquí, velando una estatua yacente:

[…]
Nadie vela su sueño;
sólo un perro se aprieta,
fiel montón de ternura,
contra los pies ya fijos
del que inquieto viviese.

Algo semejante sucede con la escasa poesía amorosa en la obra de Ortiz. El poeta le canta a los momentos que pudo gozar de la compañía de alguien, da gracias e incluso se replantea el dar por bien empleadas las penas hasta entonces pasadas. A diferencia del motivo canino, la poesía amorosa se borra tras el primer libro y ya no vuelve a aparecer.
Pero Habitar lo inhabitable no se cierra con un poema amoroso, ni tan siquiera con la alabanza al mejor amigo del hombre, sino con “Requiescat” (título muy gráfico), poema donde el autor explica la impresión sufrida al ver una lápida con su nombre grabado. Este momento le posibilita la inspiración e introspección necesarias para crear un poema tan sorprendente, a la vez que tremendamente dramático. Así cerramos este artículo, la primera obra de un autor que representa la vida metafórica del ser humano y se acerca todo lo posible a lo trascendente. De la inocencia al pecado original (el nacimiento fortuito en un valle de lágrimas), de ahí el sentimiento de desamparo, de huida, de soledad… donde se encuentra el poeta en el momento de la creación literaria. Imaginar el siguiente paso, el de la muerte, el polvo y la posible redención (o no), es sólo un impulso poético.

REQUIESCAT

Manuel Ortiz, descansa.
Qué extraño ver mi nombre
sobre tu losa blanca.

Comprar con tanta sangre
algunas horas claras,
necesidad e instintos
curvándote la espalda,
sufrir, sin elegirla,
tu propia circunstancia,
ver al lobo del tiempo
devorar cuanto amas,
y que un día en tus ojos
se pudran las galaxias.
¿Quién o qué nos humilla?
Manuel Ortiz, descansa.

La paz a ti, la paz
de aquí te fue negada.
Que deseos y avispas
no atormenten tu alma,
que el silencio de Dios
no envenene tus aguas,
que allí un amor más alto
cicatrice tus llagas
y la vida te sea
más propicia y humana.
Tú, polvo con mi nombre,
Manuel Ortiz, descansa.

 

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